Miércoles 2
Apenas entré, Sandra me contó que Jaime no está en el pueblo. Tiene negocios en la Capital así que va y viene en la semana. Finjo estar distraída para que mi hermana no se dé cuenta del agujero que se me hizo en la panza. Tomo un mate despacio, tengo miedo de que el agua se me escape por ese hueco. Hablo del clima. De la vida de mi hijo en Uruguay. De la Facultad de mi hijo Leo. De los planes de mi marido. Del trabajo de mi marido.
¿Desde cuándo hablar de mí se transformó en hablar de ellos?
Jueves 3
El árbol de la plaza no se ve inmenso, como en mis recuerdos. Es cierto que ahora los pantalones me cubren las piernas. Ya no tengo magullones en las rodillas. No voy y vengo en bicicleta. Cambié los collares de cuentas por unos de perlas. Cambié de país, de sueños y de estrellas. Ya no me dan ganas de treparlo y mirar todo desde arriba. ¿En qué momento me conformé con la visión que me permite mi estatura?
La tierra lo está succionando, lo encoge. Lo miro fijo porque quiero detectar el momento exacto en el que sucede. Toco el tronco. Acaricio la superficie rugosa que se descascara como mi piel. No me reconoce. El olor dulzón de su fruto rojo, desparramado en el suelo, me confirma que es él. Cierro los ojos y me transporto a mi infancia. Los abro y lo veo. Nuestras iniciales siguen en la base: JyC. El corazón se desborda. El estómago me baila. El árbol no nos ha olvidado. El árbol nos hizo eternos.
Viernes 4
Mi marido trató de hacer una videollamada, pero el internet del pueblo no evolucionó. El resto tampoco. Soy una foto amarillenta en un lugar que ya era viejo desde antes de que naciera. Estoy más a tono con el entorno, sin embargo. El silencio, la soledad, el tiempo que corre despacio: lo que antes me ahogaba ahora me resulta cómodo. Es la nostalgia. O la edad. O las dos cosas. Mi marido me manda un audio: me dice que me divierta. Me envía una foto que no puedo ver. Me cuenta que Leo fue a cenar a casa después. Le digo que no puedo descargar la foto. Me dice que no importa. Me pide que le lleve mermeladas de Sandra y que le mande saludos. Me dice que me ama. Le respondo “yo también”.
A las dos horas el mensaje aún no se ha enviado.
Sábado 5
La luz se coló por la persiana atorada, a medio subir, y me despertó a las 6 am. Saco las cuentas: hace al menos veinte años que la persiana está rota. Recuerdo cuando la rota era yo y la persiana estaba sana.
Domingo 6
Me acomodé en el que era mi cuarto. Ahora tiene una cama de plaza y media. Sandra duerme en el que era de mamá y papá. Los cambios que le hizo le quedan bien a la casa o es la casa la que le queda bien a ella. Cuando me meto a bañar se sienta en la tapa del inodoro a charlarme, como cuando éramos chicas. Si no fuera por las canas, la piel o la vida diría que somos las mismas, salvo que los temas para hablar son menos emocionantes.
Lunes 7
Sandra me hizo un pack de seis mermeladas para llevarle a Ricardo. Insistió en enseñarme a prepararlas. Para ella es importante que yo aprenda el procedimiento. Saben a otoño y a mandarina. A las manos de mamá. A las arrugas de la abuela.
Temo que no podré reproducirlas una vez que esté en mi cocina del Uruguay. Tomo nota, quizás la empleada pueda intentarlo. Desisto de tomar notas. No creo que le salgan bien. Hay algo en las manos de las mujeres de mi familia que es intuitivo, algo que no heredé.
Martes 8
Sandra escupió el mate en una carcajada cuando le conté que creía que Doña Perla había hecho un pacto con el demonio. Es lo único que explica que se conserve exactamente igual que en mis recuerdos. Estaba en su minimercado cuando me crucé con Olivia. Tiene la misma edad que mi Leo, el pelo oscuro y la mirada de Jaime, con unas pestañas tan largas que le acarician los ojos cada vez que los cierra. Podría haber sido mía o no existir siquiera. Es extraño que esté convencida de dos afirmaciones contrarias y, a la vez, que añore lo que nunca ha pasado.
Miércoles 9
Me siento en el bar frente a la plaza. El dueño que conocí se murió hace algunos años. Pero los hijos no quisieron quedárselo y se lo vendieron a un tal Carlos, que está en la caja. No sabe quién soy ni qué pasó en su baño.
Se me tiñen los cachetes de rojo. Me pido una cerveza en vez del café que había pensado tomar. Sonrío sola. Me acuerdo de las manos de Jaime en mi cintura, sus ojos en mi escote, la humedad de su boca. Suspiro, lo extraño. También extraño ser la del baño.
Termino la cerveza sin haber abierto el libro que había llevado. Me hago pis pero me niego a ir al baño. Temo que si entro no podré volver a dejarme.
Jueves 10
Tengo que tomar un colectivo a Capital y después un avión para llegar a casa. La vuelta me va a llevar casi todo el día, entre viaje y espera. Recuerdo por qué vengo tan poco. Le digo a Sandra que no me acompañe. No me gustan las despedidas. Se le cae alguna lágrima. Le digo que no sea maricona. Le agarro la mano. La abrazo fuerte. Le doy un beso. Ya no hay padres por los que competir y eso hace que nuestro amor sea honesto. Le digo que nos vamos a volver a ver pronto, que ella puede ir a Uruguay cuando quiera, que le pago el pasaje. Sandra asiente. Las dos sabemos que no va a ir.
Le doy unos pesos al muchacho que carga mi valija en el colectivo. Me subo y me acomodo en el asiento de la ventana. Se me eriza la piel cuando lo veo: Jaime me mira desde abajo. Acaba de bajarse del colectivo que está estacionando al lado del mío. Olivia le carga la valija y le hace una broma. Él se ríe y a mí me explota el pecho. Me vuelve a mirar, la señala (sin que ella lo note) y abre los ojos. Asiento. Creo que él entendió que sé que es su hija y también que eligió nuestro nombre para ella, con otra madre y otra vida, pero nuestro.
Me incomoda verme gastada. Pero él me sonríe y me vuelve a mirar con los ojos oscuros, se me mete en el escote y en la cintura, y ya no soy yo, sino la que él ve. Se pone una mano en el corazón y le devuelvo el gesto. El colectivo avanza y me doy vuelta para verlo encogerse como el árbol de la plaza. Se lo traga la tierra y lo succiona hacia el centro. Empiezo a extrañar lo que no fue y el reflejo en sus ojos, que me recuerda quién era yo cuando él estaba conmigo.





