De orquídeas

Existen veinticinco mil especies de orquídeas. Dos veces más que las especies de aves y cuatro veces más que las especies de mamíferos.

La de casa era mediana y tenía una sola flor. Se la regaló José, el marido de mamá, en su primer aniversario.

Mamá abría la ventana para ayudarla a crecer. El murmullo de la calle Corrientes se colaba en la casa. El tintineo de cucharas, los ruiditos de cubiertos, las bocinas de los autos nos hacían saber que había amanecido.

Mamá, sin embargo, no lo oía.

Mamá cuidaba que la luz no le diera de lleno a su orquídea, decía que mucha luz podía matarla. La regaba con gotero. Decía que mucha agua podía ahogarla. Lo hacía todo arrastrando los pies, las pastillas que tomaba la dejaban cansada.

José, como el ruido de Corrientes, se colaba en mi cuarto a la noche.

Mamá no lo oía.

José me decía que yo era su flor.

Me pasé años tomando tres litros de agua por día. Pero el agua no me ahogó.

Me pasé años exponiéndome al sol. Pero el sol no me quemó.

Al final, yo no era una flor.

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