La psiquiatra

Todos los estudiantes del último año de Psicología estábamos desparramados en las escaleras de la entrada. La directora del Moyano nos recibió con una sonrisa algo aterradora. Nos dirigió a las apuradas por los pasillos del lugar hasta una sala de conferencia.

No llegamos a sentarnos que empezó a dar la clase. “El silencio es ausencia —comenzó a decir. Nos miramos confundidos, pensábamos que sería solo una visita a las instalaciones—. Una especie de paz o un hoyo en el que hundirse”.

La mujer hablaba con pasión y abría los ojos como si su clase fuera una puesta en escena dramática. Continuó:

“En el consultorio, el silencio es una estrategia. La selección de recuerdos que contar. Poner en palabras para dejar salir, en definitiva, para sanar. Pero, ¿cómo contar lo que no se sabe, lo que no se recuerda? La mente puede bloquear años, meses, días, a partir de un proceso llamado amnesia disociativa o represión.

Un mecanismo de defensa para atravesar experiencias traumáticas —aplaudió y todos dimos un salto en el asiento—. La mente como carcelera —su risa retumbó en la sala—: una mentira elegante disfrazada de control”.

Lo que siguió lo contó en susurros.

“El problema es que los episodios bloqueados no desaparecen. Se quedan almacenados en rincones inaccesibles a la conciencia. Como si la cabeza fuera una biblioteca inmensa y, el librero, un cínico que esconde ejemplares en los estantes altos, debajo de miles de otros libros que sí vale la pena leer”.

El silencio con el que la escuchábamos parecía un hechizo. Comenzó a deslizarse entre nosotros.

“Con el tiempo esas pilas ocultas producen el mismo efecto que una olla a presión —nos tocaba a medida que caminaba—. Una acumulación peligrosa, capaz de liberar el vapor con violencia, de explotar. Los recuerdos bloqueados se fragmentan y se distribuyen.

Se pueden sentir como puñaladas —se golpeó el pecho—, repetitivas —apoyó las manos sobre los hombros de uno de mis compañeros—, asfixiantes —hizo una leve presión sobre su cuello—. No es una falla de la memoria, es un intento del aparato psíquico para sostenerse —me acarició el pelo—. El silencio, no es del todo malo… —se agachó para susurrarme en el oído—, la pregunta es: ¿cuánto tiempo somos capaces de contenerlo?”

Dos enfermeros entraron en la sala y se le tiraron encima. Se necesitaron cuatro más para sostenerla. Ella no abandonó el personaje hasta que la sedación hizo efecto.

Los padres abogados de tres de mis compañeros presentaron una demanda a la Facultad por habernos expuesto a la falsa doctora, internada en el Moyano por homicidio, declarada inimputable.

Fue la mejor clase a la que asistí en toda la carrera.

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